La leyenda de los Kamikazes. Los pilotos suicidas de la Segunda Guerra Mundial.
Todo militar en guerra se enfrenta a la muerte. Pero en el bando japonés fue más allá durante la Segunda Guerra Mundial: se lanzaron directo a la tumba. Por ello, su definición llegó a los extremos. Cada nipón fue entrenado para dar su vida por su país. Así surgieron los kamikazes en el siglo XX. Su deseo de morir por la patria fue el mayor honor a buscar; su voluntad de fallecer fue premiada y llegó a ser parte de la cultura militar en Japón.

Los kamikazes fueron aquellos aviadores que se “suicidaron” en plena batalla, con el fin de causar el mayor daño posible al enemigo. Así, sus aviones chocaban en sitios enemigos; daban directo, sin remordimiento, a zonas con soldados del otro bando. Allí existió una desventaja: los estadounidenses, los ingleses y los chinos fueron más fuertes que los japoneses. Debido a esto, los altos mandos nipones decidieron crear la estrategia Jibaku: ataques suicidas tácticos en puntos importantes para el devenir de la batalla, con el objetivo de detener el avance de los aliados en el océano Pacífico y evitar que llegasen a las costas japonesas (Múnera, 1990).
En las luchas por Filipinas, la leyenda de los kamikazes fue construida en su máxima expresión. La zona fue importante para Japón; su petróleo mantenía la guerra nipona. Por ello, las batallas fueron encarnizadas y los altos mandos iniciaron el plan Plan Sho-go “Operación Victoria”, el cual comprometió todas la fuerzas navales y aéreas restantes (Múnera, 1990). Esto fue el punto de inicio para que el Jibaku danzase en medio de la desesperación.

Los jóvenes japoneses aceptaron el honor del Jibaku: subieron a sus aviones (cargados con bombas de 250 kilogramos) para morir chocando contra los portaaviones y los buques estadounidenses; además, embarcaron en submarinos para chocar directo con los enemigos y, en casos excepcionales, aquellos que iban a ser rescatados por los estadounidenses, prefirieron volarse con una granada de mano. En consecuencia:
El total de las bajas japonesas en la operación kamikaze fueron de 4.615 aviadores muertos (2.630 Marina y 1.985 ejército (tokube-tsu).
Las fuerzas navales norteamericanas sufrieron grandes pérdidas por los ataques kamikaze y nunca esa nación se había enfrentado a un enemigo tan fanatizado y decidido a la lucha más cruel y despiadada
(Múnera (1990, p.6) [sic]

No obstante, es importante aclarar que los kamikazes se pensaron como una solución temporal. No todos los soldados japoneses serían carne de cañón. Pero fue un acto memorable entre ellos. Dar la vida por el emperador, quien era visto como un Dios, era la causa máxima, el capital de las acciones en batalla. Estaban determinados a convertirse en Eirei, que significa “Espíritus Guardianes del país”, para ser deificados en El Yasukuni, donde son recordados los hombres comunes que sirvieron a Japón.
Por otra parte, la etimología kamikaze fue una traducción errónea, hecha por los estadounidenses; la mala lectura estadunidense de los Kanji 神 (dios) y 風 (viento) (Ohnuki-Tierney, 2002) dio como resultado una terminología adaptada fuera de Japón; muy famosa y mediática. Los solados occidentales temieron por las leyendas que se construyeron en torno a ellos. Los campos de batalla fueron llevados a la “sorpresa máxima”: aviones estrellándose en la cara de soldados incautos. Las batallas en el Pacifico fueron de alerta total y de una brutalidad con pocos precedentes.

Según reportes estadounidenses, en total fueron hundidos dos portaaviones y 23 fueron averiados. Cinco acorazados resultaron seriamente averiados, además de nueve cruceros dañados, tres destructores destruidos y 23 averiados. Uno de los más famosos navíos hundidos fue el portaviones Bunker Hill, el cual, durante la Invasión a Okinawa fue atacado por dos aviones Kamikazes; causando un total de 346 muertos, 43 desaparecidos y 264 heridos.
Para finalizar, se referenciará, al igual que Múnera (1900), un verso de una carta de un piloto kamikaze a sus padres:
“Podemos morir
como en primavera
Las flores del cerezo
Puras y brillantes.
Su hijo Teruo”
Este Haiku es la representación máxima de los Kamikazes: acciones poéticas por el bienestar imperial en pleno conflicto.

Bibliografía
- Múnera, p. (1990). ¡Kamikaze!. Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia 40 (124).
- Ohnuki-Tierney, E. (2002). Kamikaze, Cherry Blossoms, and Nationalisms: The Militarization of Aesthetics in Japanese History. Estados Unidos: University of Chicago Press.
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